sábado, 22 de febrero de 2014

Estos días azules…



… y este sol de la infancia.

Hoy se cumplen 75 años de la muerte del poeta Antonio Machado en Colliure, Francia, tras su penosa marcha hacia el exilio durante los últimos estertores de la Guerra Civil. He aquí un par de detalles sobre su vida y obra que quizá hayan pasado desapercibidos.

Como testifica el historiador Emilio González López, Antonio Machado fue masón, como lo fueron su abuelo y su padre, y que perteneció a la Logia masónica de Mantua, de la Gran Logia de España.

A pesar de la firme oposición del General Primo de Rivera, cuya dictadura el poeta había condenado, Machado fue elegido miembro de la Real Academia Española en 1927. Quizá por desgana, nunca llegó a tomar asiento (le correspondía el sillón letra V), aunque si se ha encontrado parte de su discurso de ingreso.

De hecho, Machado siempre mostró una fobia hacia los cargos institucionales. Actitud que rechazó durante la Guerra Civil al asumir la presidencia de Casa de la Cultura de Valencia. Más intelectual que hombre de acción (apareció en pocos mítines políticos) su compromiso con el Frente Popular creció cuanto peor le iban las cosas a la II República. Durante la guerra se atrevió a denunciar el egoísmo de las democracias británica y francesa hacia la amenazada república española.

Respecto a su obra, Machado ha sido considerado como el último de los poetas del siglo XIX. Sin embargo, si tuvo algunos acercamientos a las vanguardias. Junto a Unamuno, fue de los primeros en interesarse por Freud y el psicoanálisis. Opinaba que las teorías del médico austriaco eran un método muy válido “para profundizar en el conocimiento del hombre y ayudarlo a ser más libre”.

Siguiendo los pasos del portugués Fernando Pessoa y sus heterónimos, el poeta sevillano apostó firmemente por los autores ficticios, llegando a inventarse toda una ristra de alter egos: Abel Martín, Pedro Zúñiga, Manuel Cifuentes, Rodrigálvarez. El más famoso de ellos, Juan de Mairena, del que Machado había certificado su muerte en 1909, volvió a la vida como un apócrifo del apócrifo Mairena en la revista “Hora de España”, editada por Manuel Altolaguirre, para denunciar la precaria situación del bando republicano.

Por último, cualquier artículo sobre Machado debería concluir con un poema. Como este comienza con los últimos versos de Antonio, vamos a atrevernos a  terminarlos con un poema de su hermano Manuel.

Aunque Manuel Machado puso su obra al servicio de la propaganda franquista, es irónico que sus más logrados versos traten sobre un exilio. Yo no puedo dejar de identificar al canonizado héroe castellano con el glorioso y comprometido Antonio, mientras que encuentro en el triste y cobarde mesonero un cruel autorretrato del acomodado Manuel.

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde... Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules, y en los ojos. lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
"Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!"
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: "¡En marcha!"
El ciego sol, la sed y la fatiga...
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

                       Castilla, Manuel Machado