… y este sol de
la infancia.
Hoy se cumplen
75 años de la muerte del poeta Antonio Machado en Colliure, Francia, tras su
penosa marcha hacia el exilio durante los últimos estertores de la Guerra Civil.
He aquí un par de detalles sobre su vida y obra que quizá hayan pasado
desapercibidos.
Como testifica
el historiador Emilio González López, Antonio Machado fue masón, como lo fueron
su abuelo y su padre, y que perteneció a la Logia masónica de Mantua, de la
Gran Logia de España.
A pesar de la
firme oposición del General Primo de Rivera, cuya dictadura el poeta había
condenado, Machado fue elegido miembro de la Real Academia Española en 1927.
Quizá por desgana, nunca llegó a tomar asiento (le correspondía el sillón letra
V), aunque si se ha encontrado parte de su discurso de ingreso.
De hecho,
Machado siempre mostró una fobia hacia los cargos institucionales. Actitud que
rechazó durante la Guerra Civil al asumir la presidencia de Casa de la Cultura
de Valencia. Más intelectual que hombre de acción (apareció en pocos mítines
políticos) su compromiso con el Frente Popular creció cuanto peor le iban las
cosas a la II República. Durante la guerra se atrevió a denunciar el egoísmo de
las democracias británica y francesa hacia la amenazada república española.
Respecto a su
obra, Machado ha sido considerado como el último de los poetas del siglo XIX.
Sin embargo, si tuvo algunos acercamientos a las vanguardias. Junto a Unamuno,
fue de los primeros en interesarse por Freud y el psicoanálisis. Opinaba que
las teorías del médico austriaco eran un método muy válido “para profundizar en
el conocimiento del hombre y ayudarlo a ser más libre”.
Siguiendo los
pasos del portugués Fernando Pessoa y sus heterónimos, el poeta sevillano
apostó firmemente por los autores ficticios, llegando a inventarse toda una
ristra de alter egos: Abel Martín, Pedro Zúñiga, Manuel Cifuentes,
Rodrigálvarez. El más famoso de ellos, Juan de Mairena, del que Machado había
certificado su muerte en 1909, volvió a la vida como un apócrifo del apócrifo
Mairena en la revista “Hora de España”, editada por Manuel Altolaguirre, para
denunciar la precaria situación del bando republicano.
Por último,
cualquier artículo sobre Machado debería concluir con un poema. Como este
comienza con los últimos versos de Antonio, vamos a atrevernos a terminarlos con un poema de su hermano Manuel.
Aunque Manuel
Machado puso su obra al servicio de la propaganda franquista, es irónico que
sus más logrados versos traten sobre un exilio. Yo no puedo dejar de
identificar al canonizado héroe castellano con el glorioso y comprometido
Antonio, mientras que encuentro en el triste y cobarde mesonero un cruel
autorretrato del acomodado Manuel.
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y
espaldares
y flamea en las puntas de las
lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los
suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid
cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y
lodo.
Nadie responde... Al pomo de la
espada
y al cuento de las picas el
postigo
va a ceder ¡Quema el sol, el aire
abrasa!
A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de
plata
y de cristal, responde... Hay una
niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules, y en los ojos.
lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
"Buen Cid, pasad. El rey nos
dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de
venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis
nada!"
Calla la niña y llora sin
gemido...
Un sollozo infantil cruza la
escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita:
"¡En marcha!"
El ciego sol, la sed y la
fatiga...
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los
suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid
cabalga.
Castilla, Manuel Machado