El mayor
peligro de acercarse a un personaje histórico convertido en símbolo es la
indiferencia (cuando no directa antipatía) que puede provocar una nueva visión
diferente a la que permanece en el imaginario colectivo.
Junto con otros
antiguos mitos nacionales, la dictadura franquista fagocitó a Isabel de
Castilla y a su esposo Fernando de Aragón, en su iconografía y propaganda,
convirtiéndoles en el origen de la España moderna. Aunque en realidad, su
matrimonio sólo supuso la unificación de algunas de las coronas de la península
en una sola cabeza (la de sus descendientes).
Sin embargo, la asimilación de
los Reyes Católicos a la dictadura fue tan habilidosa que aún hoy, estos
personajes se consideran, incluso por la izquierda, propiedad del “bando” conservador.
Este sesgo plantea varios inconvenientes. Uno de los más desconocidos es que
durante la democracia se han destruido varias esculturas renacentistas, con el
yugo y las flechas, emblemas de los Reyes Católicos, por considerarse símbolos
del franquismo.
Y es que la
incapacidad del ser humano de ver más allá de sus propias circunstancias puede
condicionar cualquier estudio histórico. Por eso es de celebrar series tan
notables como Isabel, de Jordi
Frades, que muestran un entorno lleno de matices.
A Isabel de
Castilla a menudo se la ha definido como una mujer adelantada a su tiempo. No
es así, Isabel fue una mujer excepcional, sin duda, pero ante todo fue un
producto de su tiempo. Un tiempo de cambio. No hay que olvidar que Isabel nació
en la Edad Media y murió en el Renacimiento.
Sin embargo, la
leyenda negra de Isabel (publicitada para criticar regímenes e ideologías muy
posteriores) continúa todavía. Su religiosidad rayaba en lo extremista y la
forma con la que obtuvo la corona de Castilla fue cuanto menos capciosa. Aún
así, esta criticada intransigencia religiosa, permitió, por ejemplo, que nadie
dudará de sus hijos eran descendientes legítimos de su esposo Fernando. Algo
que no sucedió con su cuñada, Juana de Portugal.
La actitud tan
despreocupada de la esposa de Enrique IV, sobretodo en su cercanía a Beltrán de
la Cueva, duque de Albuquerque, costaron a su hija Juana (llamada
posteriormente la Beltraneja) la
corona de Castilla. Los recelos que causaban el origen de la pobre niña,
autorizaron a su tía Isabel hacerse con el trono de su hermano, apartando del
rey de Portugal la corona de Castilla. Y hay que añadir que en nuestro país
existen muchos ejemplos (algunos bastante recientes) de “usurpaciones reales” y ninguno causa
actualmente tanta controversia.
Otro punto
candente del reinado de Isabel fue la expulsión de los judíos. Al igual que su
súbito más conocido, Cristóbal Colón, la primera reina de Castilla siempre
consideró la evangelización del mundo un objetivo cardinal. Pero esta no fue la
única causa que llevó a los Reyes Católicos a firmar el Edicto de Granada en
1492. Por un lado estaba la presión papal para unificar la fe de los reinos
cristianos y hacer frente común a un enemigo de una sola religión (el Imperio
Turco musulmán); y por otro la peculiar situación de los judíos en los reinos
de Isabel y Fernando.
A diferencia de
los plebeyos cristianos, sometidos judicial y fiscalmente a los nobles y a la
Iglesia, los judíos respondían solamente ante la corona. Por eso, en muchas
ciudades del país, las juderías están tan cerca de palacios u otros edificios
oficiales. Los cristianos, a menudo explotados y esquilmados por los nobles y
la Iglesia, miraban con cada vez más envidia esa relación tan privilegiada
entre la corona y los judíos. De hecho,
tanto nobles como Iglesia solían alentar ese resentimiento para encauzar el
malestar de sus administrados en dirección contraria a la suya. Las matanzas de
judíos llegaron hasta tal punto que acabaron confinados (por su protección) en
aljamas o guetos.
A fin de pacificar
las ciudades del reino, acallar a Roma y ganar más almas para la cristiandad,
los Reyes Católicos pusieron a la comunidad judía en una difícil disyuntiva,
abandonar el país o convertirse al catolicismo. Aunque Isabel y Fernando esperaban
una conversión generalizada, la mayoría de los sefarditas prefirieron la
expulsión a renegar de su religión.
En cuanto a la
Inquisición, aunque su papel en la persecución de los judíos fue determinante,
el origen de esta institución (desde entonces y para siempre ligada a España
para siempre) fue más bien político.
Este alto
tribunal (solo dependía ante Dios) nació para delimitar el poder de la nobleza
frente a la corona. En Castilla, debido a la Guerra de Sucesión, la autoridad
de las Cortes y Fueros habían sido recortados por la política de sanciones y
castigos impuesta por los vencedores, Isabel y Fernando. Por el contrario, en
la corona de Aragón, los nobles y distintos Fueros seguían teniendo una gran
importancia. Para recortar sus prerrogativas, Fernando permitió, bajo su
control, que se instaurara la Santa Inquisición, un tribunal que rebasaba las
competencias de cualquier estatuto jurídico.
Por último,
existe un detalle de Fernando e Isabel que parece haberse olvidado. Fueron dos
monarcas que conocían bien a su pueblo. A lo largo de su reinado, su corte
itinerante visitó cada rincón de sus territorios, a menudo varias veces
(exceptuando aquellos más allá del mar). Ambos se esforzaron por aprender y
hablar cada dialecto de sus reinos; y en el caso de Isabel, siempre se empeñó
en vestir los tocados femeninos tradicionales de los lugares que visitaba.
Gestos con los que consiguieron el cariño de todo un pueblo.