sábado, 11 de enero de 2014

Isabel




El mayor peligro de acercarse a un personaje histórico convertido en símbolo es la indiferencia (cuando no directa antipatía) que puede provocar una nueva visión diferente a la que permanece en el imaginario colectivo.

Junto con otros antiguos mitos nacionales, la dictadura franquista fagocitó a Isabel de Castilla y a su esposo Fernando de Aragón, en su iconografía y propaganda, convirtiéndoles en el origen de la España moderna. Aunque en realidad, su matrimonio sólo supuso la unificación de algunas de las coronas de la península en una sola cabeza (la de sus descendientes). 

Sin embargo, la asimilación de los Reyes Católicos a la dictadura fue tan habilidosa que aún hoy, estos personajes se consideran, incluso por la izquierda, propiedad del “bando” conservador. Este sesgo plantea varios inconvenientes. Uno de los más desconocidos es que durante la democracia se han destruido varias esculturas renacentistas, con el yugo y las flechas, emblemas de los Reyes Católicos, por considerarse símbolos del franquismo.

Y es que la incapacidad del ser humano de ver más allá de sus propias circunstancias puede condicionar cualquier estudio histórico. Por eso es de celebrar series tan notables como Isabel, de Jordi Frades, que muestran un entorno lleno de matices.

A Isabel de Castilla a menudo se la ha definido como una mujer adelantada a su tiempo. No es así, Isabel fue una mujer excepcional, sin duda, pero ante todo fue un producto de su tiempo. Un tiempo de cambio. No hay que olvidar que Isabel nació en la Edad Media y murió en el Renacimiento.

Sin embargo, la leyenda negra de Isabel (publicitada para criticar regímenes e ideologías muy posteriores) continúa todavía. Su religiosidad rayaba en lo extremista y la forma con la que obtuvo la corona de Castilla fue cuanto menos capciosa. Aún así, esta criticada intransigencia religiosa, permitió, por ejemplo, que nadie dudará de sus hijos eran descendientes legítimos de su esposo Fernando. Algo que no sucedió con su cuñada, Juana de Portugal.

La actitud tan despreocupada de la esposa de Enrique IV, sobretodo en su cercanía a Beltrán de la Cueva, duque de Albuquerque, costaron a su hija Juana (llamada posteriormente la Beltraneja) la corona de Castilla. Los recelos que causaban el origen de la pobre niña, autorizaron a su tía Isabel hacerse con el trono de su hermano, apartando del rey de Portugal la corona de Castilla. Y hay que añadir que en nuestro país existen muchos ejemplos (algunos bastante recientes)  de “usurpaciones reales” y ninguno causa actualmente tanta controversia.

Otro punto candente del reinado de Isabel fue la expulsión de los judíos. Al igual que su súbito más conocido, Cristóbal Colón, la primera reina de Castilla siempre consideró la evangelización del mundo un objetivo cardinal. Pero esta no fue la única causa que llevó a los Reyes Católicos a firmar el Edicto de Granada en 1492. Por un lado estaba la presión papal para unificar la fe de los reinos cristianos y hacer frente común a un enemigo de una sola religión (el Imperio Turco musulmán); y por otro la peculiar situación de los judíos en los reinos de Isabel y Fernando.

A diferencia de los plebeyos cristianos, sometidos judicial y fiscalmente a los nobles y a la Iglesia, los judíos respondían solamente ante la corona. Por eso, en muchas ciudades del país, las juderías están tan cerca de palacios u otros edificios oficiales. Los cristianos, a menudo explotados y esquilmados por los nobles y la Iglesia, miraban con cada vez más envidia esa relación tan privilegiada entre la corona y los judíos.  De hecho, tanto nobles como Iglesia solían alentar ese resentimiento para encauzar el malestar de sus administrados en dirección contraria a la suya. Las matanzas de judíos llegaron hasta tal punto que acabaron confinados (por su protección) en aljamas o guetos.

A fin de pacificar las ciudades del reino, acallar a Roma y ganar más almas para la cristiandad, los Reyes Católicos pusieron a la comunidad judía en una difícil disyuntiva, abandonar el país o convertirse al catolicismo. Aunque Isabel y Fernando esperaban una conversión generalizada, la mayoría de los sefarditas prefirieron la expulsión a renegar de su religión.

En cuanto a la Inquisición, aunque su papel en la persecución de los judíos fue determinante, el origen de esta institución (desde entonces y para siempre ligada a España para siempre) fue más bien político.

Este alto tribunal (solo dependía ante Dios) nació para delimitar el poder de la nobleza frente a la corona. En Castilla, debido a la Guerra de Sucesión, la autoridad de las Cortes y Fueros habían sido recortados por la política de sanciones y castigos impuesta por los vencedores, Isabel y Fernando. Por el contrario, en la corona de Aragón, los nobles y distintos Fueros seguían teniendo una gran importancia. Para recortar sus prerrogativas, Fernando permitió, bajo su control, que se instaurara la Santa Inquisición, un tribunal que rebasaba las competencias de cualquier estatuto jurídico.

Por último, existe un detalle de Fernando e Isabel que parece haberse olvidado. Fueron dos monarcas que conocían bien a su pueblo. A lo largo de su reinado, su corte itinerante visitó cada rincón de sus territorios, a menudo varias veces (exceptuando aquellos más allá del mar). Ambos se esforzaron por aprender y hablar cada dialecto de sus reinos; y en el caso de Isabel, siempre se empeñó en vestir los tocados femeninos tradicionales de los lugares que visitaba. Gestos con los que consiguieron el cariño de todo un pueblo.