viernes, 30 de noviembre de 2012

Skyfall



Si Connery es el James Bond clásico, Labezny el efímero, Moore el gracioso, Dalton el serio y Brosnan el guapo, Daniel Craig será recordado, su rotunda figura lo permite, como el James Bond duro, pétreo. Pero también el más emocional y desubicado de todos. El Bond de Daniel Craig ha necesitado de tres películas para reformularse (con bastante apoyo, por cierto, Labezny y Dalton no duraron tanto).

En el año 2006, acomplejado ante la figura post-Guerra de Irak del espía amnésico Jason Bourne, los dirigentes de la franquicia resolvieron dar una vuelta de tuerca al personaje hacia los nuevos tiempos. El 007 de Casino Royale era un agente marcado por el desamor y alejado de la frivolidad de las entregas de Pierce Brosnan. Con Quantum of Solace (excelente título, traducible como “un pedazo de consuelo”) la seriedad del tono se fue de madre con una de las entregas más aburridas de la saga. Inteligentemente, Skyfall ha decidido volver a los orígenes o más bien reinventar las premisas de la saga (hace mucho que un malo de Bond no poseía una isla).

Tras dar por muerto a Bond, los servicios secretos británicos, con M a la cabeza, sufren el acoso de un terrorista cibernético. 007 regresará de la tumba para salvar un mundo, el suyo (o el nuestro), al borde del colapso.

Bond regresa a Londres (Skyfall es la entrega menos exótica de la saga), y con el vuelven otros personajes que ya se creían desaparecidos como Q, el fabricante de gadgets, interpretado por un estupendo Ben Whishaw. Naomi Harris sigue el nuevo modelo de chica Bond inaugurado por Eva Green, posfeminista, inteligente y mordaz, un personaje llamado a acabar a través de la réplica con el coqueteo del Bond más machista. De hecho, Daniel Craig es el 007 más monacal, apenas seduce a una mujer por película y no siempre llega a rematar. En Skyfall, la verdadera chica Bond es M  (de magnífica, por Judi Dench), representante de ese matriarcado que es el Imperio Británico donde los soberanos más recordados y queridos por el pueblo son siempre mujeres, desde Boadicea a Isabel II. Salen también, Albert Finney, Ralph Fiennes y Rory Kinnear, muestra generacional de la gran tradición de intérpretes británicos.

En cuanto al villano, Javier Bardem compone, con su habitual maestría, un malvado inteligente y enloquecido de una sexualidad nada ambigua. Es curioso que los malos más memorables de James Bond siempre atentan contra su virilidad. Goldfinger quería castrarlo con un rayo láser, Xenia Onatopp asfixiarlo mientras copulaban y Le Chiffre reventarle los testículos.

007 retorna de la mano de un cineasta igual de desubicado, Sam Mendes. Pese a ser un productor teatral de conocido prestigio (ojo a la serie The Hollow Crown que produjo para la BBC) y debutar en el cine con American Beauty, a Mendes se le escapan las mieles de la autoría. Sin embargo, el galardonado director se desenvuelve con acierto en el cine de acción, como demuestra en el set piece de Estambul, y es lo suficientemente atrevido para intercalar sin complejos retazos de la realidad contemporánea (como los atentados del metro de Londres, la debacle Lehmann Brothers y el caso Wikileaks) en un notable blockbuster.

Lo mejor, Daniel Craig, perfecto Bond para el tiempo en que vivimos, la escena en la isla de Javier Bardem y el maravilloso score de Adele, a la altura del Goldeneye de Tina Turner y el canónico Goldfinger de Shirley Bassey.