domingo, 18 de noviembre de 2012

Reality



En una de las historias que componen Gomorra (2008) –adaptación del libro de Roberto Saviano, con la que Mateo Garrone desglamourizó el cine de gángsteres-, dos adolescentes se creen capaces de alcanzar su particular paraíso mafioso, por su cuenta, sin ayuda de ningún clan, tras hacerse con un pequeño arsenal de armas. En Reality, nueva película del cineasta, un humilde pescadero napolitano pierde la cabeza ante la posibilidad de entrar en el programa Gran Hermano.  Ambas obras se asemejan más de lo que parece a primera vista, y no solo por el tono casi documental que Garrone imprime a sus imágenes, llenas de realismo y cotidianidad. Las dos muestran esa obsesión por alcanzar un nirvana viciado que parte de la sociedad italiana (y, por ende, europea) parece sufrir.

Si Gomorra conseguía apartarse del modelo gángsteril apadrinado por Coppola-Scorsese, para radiografiar sin atisbo de épica o redención los extensos tentáculos de la camorra napolitana; en Reality, Garrone ha decidido volver a los orígenes y se ha inspirado en la gran Commedia all'italiana. Esta corriente cinematográfica (a la que el cine español debe tanto) retrató entre el neorrealismo y el esperpento, los cambios sociales que vivió Italia entre los años cincuenta y setenta.

Un impecable Aniello Arena (en la vida real, un antiguo sicario de la Camorra reconvertido en actor) interpreta a Luciano que tras las insistencias de sus parientes se presenta al casting de Gran Hermano, programa estrella de la televisión del siglo XXI que ha redefinido para siempre el concepto celebridad. Garrone llena de referencias religiosas la pantalla. Retrata a un personaje que vive entre la ensoñación y la paranoia; estimulado por sus vecinos y familiares que veneran a un grotesco participante del programa como si fuera un profeta, el protagonista vislumbra como única posibilidad de salvación habitar ese Jardín del Edén video-vigilado. 

La historia de Reality es certera (quizá necesaria). Garrone lanza un buen puñado de preguntas al espectador. Sin embargo, el ritmo de la película se embarra en demasiadas ocasiones y las casi dos horas de metraje son excesivas. El gran acierto de la cinta, a parte del descubrimiento de Arena, que hereda las formas del gran Vittorio Gassman, es el verosímil retrato de lo cotidiano y el poderío de muchas de sus imágenes como su inusitado comienzo y las pompas de jabón que rodean al protagonista tras su primera prueba.