sábado, 26 de mayo de 2012

Ahí están vuestros cañones



Ocurrió el 25 de octubre de 1854. Desde la posición de Lord Raglan se podía divisar como los rusos trataban de llevarse unos cañones británicos tomados a sus aliados turcos esa misma mañana. Lord Raglan, comandante de la expedición en Crimea, decidió solicitar a Lord Lucan, jefe de la caballería, que mandase a la Brigada Ligera para recuperar ese armamento; el duque Wellington, del que Raglan sirvió como secretario, jamás había perdido un cañón. Para hacer llegar esa orden (redactada de la manera más desconcertante posible) el viejo y cansado Raglan utilizó como mensajero al capitán Nolan, un impetuoso oficial con ganas de aventura. En aquellos tiempos, las órdenes no se daban vía satélite desde un despacho subterráneo del pentágono o la Casa Blanca. Los edecanes recorrían a caballo los distintos puestos de mando con el papelito en la mano o guardado en la manga de la guerrera.

Cuando Nolan llegó con el mensaje, Lucan no entendió ni una palabra. Desde donde estaba la caballería no podían verse los cañones. Además quién debía conducir la carga era James Thomas Brunedell,  jefe de la Brigada Ligera, su más odiado y enconado enemigo, además de su cuñado. Brunedell, séptimo conde de Cardigan era un oficial despreciable, arrogante, vanidoso y cruel, sumamente idiota y, por lo que se vio más tarde, un cobarde. Al ver a sus dos superiores discutir como niños por el significado de las órdenes, el entusiasta Nolan, para abreviar la indecisión y sumarse cuanto antes a la avanzadilla, señaló el fondo del valle: “There is your enemy, there are your guns”.  Esos tres oficiales, más el atolondrado Raglan, que no supieron entenderse ni explicarse condenaron a muerte a 270 hombres.

Lord Cardigan, a la cabeza de 670 lanceros, dragones y húsares, ordenó avanzar a la Brigada Ligera, pero no para recuperar los cañones británicos, sino para atacar directamente a la artillería rusa al final de aquel valle de Balaclava (posteriormente rebautizado como Valle de la Muerte). Cuando el capitán Nolan se dio cuenta de que Lucan, o Cardigan, o quizá ambos, habían interpretado mal las órdenes, se adelantó para tratar de corregir el rumbo de la caballería. Demasiado tarde, fue el primero en morir.

La Brigada Ligera cargó durante un kilómetro y medio a través de un embudo de fuego y metralla, cañones y fusileros rusos. Lord Cardigan que al principio había dicho con petulancia “Ahí va el último Brunedell (no tenía descendencia)” se percató del despropósito al ver a sus hombres caer como moscas y, antes de llegar al objetivo, se dio media vuelta. De piedra se debieron quedar los jinetes de la segunda y tercera oleada cuando vieron a su comandante en jefe picar espuelas en dirección contraria. La brigada consiguió llegar a duras penas hasta los cañones, a su espalda quedaban esparramados caballos y jinetes muertos. Para su desgracia detrás de la artillería rusa había dos regimientos de caballería cosaca.

La carga de la Brigada Ligera pasa por ser el mayor desatino de la historia militar de Inglaterra. Es curioso como las más famosas cargas de caballería siempre salen mal. Está la carga de los mamelucos en la Puerta del Sol (qué empeño ha habido siempre por desalojar esa plaza), donde las tropas de élite de Napoleón fueron contenidas por las pescaderas y manolos de Lavapiés; o la célebre caballería polaca, arrollada por los tanques alemanes al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Volviendo a Balaclava, fue tan absurda la maniobra que los rusos pensaron que los ingleses estaban borrachos, de hecho pidieron a los prisioneros que les echasen el aliento.

La guerra de Crimea fue el primer conflicto directamente cubierto por los medios de comunicación. Hasta entonces eran oficiales del ejército los encargados de informar sobre las batallas, casi siempre de forma tendenciosa. Cuando la noticia de lo sucedido llegó a Londres, la opinión pública quedó horrorizada. A los cantos al valor de los combatientes (Tennyson, y más tarde Kipling) se sumó la búsqueda de responsabilidades entre sus superiores. Lucan y Cardigan hicieron lo más cómodo, culparon a los muertos, al capitán Nolan y a Lord Raglan que también había fallecido en Crimea, aunque por disentería.

Sobre la Batalla de Balaclava está la famosa película de Errol Flynn firmada por Michael Curtiz en 1936. Pero es preferible la versión que hizo Tony Richardson en La última carga (1968), con el gran Trevor Howard como Lord Cardigan. La película de Richardson, además de contar con un magnífico reparto (John Gielgud, David Hemmings, Vanessa Redgrave), tiene unas maravillosas animaciones basadas en los dibujos del Punch Magazine. Mencionar también el libro Flashman y la carga de la Brigada Ligera, el cuarto volumen de la saga de George Fraser Macdonald ambientada en la época victoriana. Sobre Sir Harry Flashman, Cruz Victoria, habrá que volver más adelante para revindicar al más logrado antihéroe (o quizá héroe a secas) de la literatura. Como curiosidad añadir que Lord Cardigan también es famoso por haber bautizado con su nombre esa famosa chaquetilla de punto que nuestras abuelas y madres tradujeron (vía Hitchcock) como rebeca.